Eramos inocentes y bastaban esas figuras bastante precarias para maravillarse. Un títere verde que apenas se movia podía ser un maestro Yoda de 900 años, un juguete que se movia sobre un chroma key dudoso era una nave de combate, y bastaba un presidente elegido democráticamente para comer, educarse y curarse.
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En ese cielo suburbano y ochentoso sobre la barriada por entonces bastante humilde se desplegaban batallas increibles, estrellas de la muerte se construian noche tras noche para luego ser destruidas por las fuerzas rebeldes que salvaban el vecindario.
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Con el paso de los años el cielo perdió la magia y siguiendo mandatos imaginarios intenté transformarme en el adulto que creia que debía ser.
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